Nuevo Creyente: La Vida Cristiana

Nuevo Creyente: La Vida Cristiana

Por David Cox

Nuevo Creyente: La Vida Cristiana es un estudio sobre lo necesario y recomendado para los nuevos creyentes en su andar con Jesús.




Es maravilloso comenzar la vida cristiana. ¡Qué sabio y noble es decidir seguir a Cristo! Sin embargo, no comenzar correctamente puede conducirnos a un gran desastre espiritual.


ig41 Las Marcas del Ministro Inconverso y Malo
Las marcas del Ministro Inconverso y Malo. Son inútiles, causan división y desolación, tienen liderazgo de golpes e imposición, etc.
Temas: Las Marcas del Ministro Inconverso | Ministros inútiles | Los que causan división y desolación | Un liderazgo de golpes e imposición | Los errores y el errar | A las comodidades.
Leer el Folleto: ig41 Las Marcas del Ministro Inconverso y Malo.

Sin duda, hemos visto ejemplos de personas que comenzaron mal y luego volvieron atrás. Muchas veces estas personas endurecen más y más su corazón. ¡Qué triste su condición! ¡Qué difícil que vuelvan a Cristo! No queremos caer en la misma condenación. Por eso, ya hemos estudiado en los puntos anteriores de qué manera debemos comenzar la vida cristiana.

Pero la vida cristiana es más que meramente comenzar. Hay que seguir adelante. Es preciso que crezcamos y nos desarrollemos en la vida cristiana tal como esperamos que nuestros hijos se desarrollen físicamente. En 2 Pedro 3.18, leemos: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Y en 1 Corintios 3.1, donde Pablo habla de aquellos a quienes les faltó el desarrollo espiritual, se nos dice: “No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo”. Es evidente que tenemos que comenzar como niños, pero no podemos mantenernos pensando y actuando como niños. ¡La ley de la vida es crecer o morir! Debemos desarrollarnos normal y saludablemente en la vida cristiana.




A continuación estudiaremos algunos puntos fundamentales para el crecimiento en la vida cristiana. Estos puntos serán organizados de la siguiente forma:

A. La iglesia
B. La adoración
C. La Biblia
D. La oración
E. El Espíritu Santo
F. Satanás y sus obras
G. El servicio cristiano
H. Otros puntos prácticos de la vida cristiana




A. La iglesia

1. La cabeza de la iglesia

Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia (Colosenses 1.18). Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador (Efesios 5.23).

Cristo es el fundador de la iglesia. (Véase Mateo 16.18.) Él es la cabeza; la iglesia es su cuerpo. Así que, ¡cuánto debemos estimar y apreciar la iglesia! ¿Podemos tener la bendición de Cristo si menospreciamos su iglesia? ¿Podemos seguir en unión con él si nos alejamos de su cuerpo? ¿Qué sería una cabeza sin el cuerpo? Y ¿qué sería un cuerpo sin la cabeza? Cada persona que recibe a Cristo y entiende la unidad esencial de Cristo y su iglesia deseará ocupar el lugar que Dios le ha asignado dentro de la misma.




2. Los miembros de la iglesia

Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo (…). Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos (1 Corintios 12.13–14). Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros (Romanos 12.4–5).

La iglesia comenzó hace casi 2.000 años con 120 miembros, pero ha crecido a través de los siglos hasta llegar a ser un ejército poderoso.

La iglesia se compone de aquellos que se han arrepentido de sus pecados, han recibido a Jesús como su Salvador y Señor personal y han demostrado por medio de una vida nueva su fe y amor hacia el Señor. Al apartarse del mundo, de todo pecado y de sus propios deseos carnales, los conversos serán recibidos en la congregación de creyentes por medio del bautismo.




La iglesia, el cuerpo de Cristo, se asemeja a nuestro cuerpo físico. Primera de Corintios 12.14–27 nos enseña mucho sobre las relaciones entre los miembros en la iglesia, el cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene su propia función. El cuerpo necesita todos los miembros; ninguno de ellos puede vivir separado del cuerpo. La cabeza dirige a todos por el bien de todo el cuerpo. ¡Qué hermoso es cuando todos los miembros trabajan en unidad y armonía!




3. El propósito de la iglesia

De quien [Cristo] todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí (…) recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios 4.16). Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura (Marcos 16.15).

Antes de que el mundo fuera fundado, Cristo vio la necesidad de establecer la iglesia. Por eso, cuando él anduvo por la tierra físicamente, dijo: “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Cristo, la cabeza, quiere usar a cada cristiano para ayudar a edificar la iglesia. Él sabía también que sus seguidores necesitarían la comunión con los hermanos para guardarlos unidos, para proveer compañerismo y para fortalecerse por medio de la instrucción y la enseñanza. ¿Cómo uno pudiera sostenerse solo? ¡Cuánto necesitamos a otros hermanos fieles para mantener nuestro equilibrio espiritual en este mundo lleno de tantas doctrinas perversas!

Otro propósito de la iglesia es llevar adelante la obra de predicar el evangelio a todo el mundo. ¿Qué pudiera hacer una sola persona? Cristo necesita cada miembro de su cuerpo en la obra de evangelizar al mundo. Con el esfuerzo unido de muchos, la gran obra que Cristo nos ha encomendado se hace más fácil. ¡Qué glorioso es ser “colaboradores de Dios”! (Véase 1 Corintios 3.9.)




4. La organización de la iglesia

[Somos] edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo (Efesios 2.20). Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros (Efesios 4.11).

Ya hemos visto que Cristo tiene el primer lugar en la iglesia. Él es la cabeza, la autoridad suprema. Y su palabra escrita por los santos apóstoles y profetas de tiempos antiguos sirve de guía a la iglesia. El Nuevo Testamento constituye la ley absoluta para la iglesia —la ley que gobierna tanto la doctrina como la vida de sus miembros. (Véase 2 Tesalonicenses 2.15; 3.14; 2 Timoteo 3.16–17.)

Pero aun así, Cristo usa a los hombres para efectuar su señorío en la iglesia. Él mismo los escoge de la iglesia, obrando en ella para dar a conocer su voluntad. Debemos estimar a todos los líderes de la iglesia porque son puestos por Dios para cuidar el rebaño. (Véase 1 Timoteo 5.17; Hebreos 13.17.) Ellos predican la palabra, animan a los miembros, advierten contra los peligros, reprenden a los errantes y guían a la iglesia en toda su obra.




5. La autoridad de la iglesia

Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mateo 16.19). De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo (Mateo 18.18).

Cristo invistió a la iglesia de autoridad. Él reconoce en los cielos las decisiones tomadas por la iglesia fiel. Los líderes tienen la gran responsabilidad de guiar a la iglesia en sus decisiones para que las mismas sean conformes a la palabra de Dios. Por tanto, debemos sujetarnos a ellos y apoyarlos en su obra. La iglesia tiene autoridad para establecer normas basadas en la fiel interpretación y aplicación de la Biblia por el bien y por la seguridad de los miembros. (Véase Hechos 15.) Debemos respetar y sujetarnos a estas normas porque Dios mismo las reconoce.

Cuando hay miembros desobedientes y rebeldes, la iglesia tiene que disciplinarlos conforme a la palabra de Dios. (Véase Mateo 18.17–18; 1 Corintios 5.1–5; 2 Tesalonicenses 3.6; Tito 3.10–11.) Sólo así puede la iglesia mantener su pureza y ser para Cristo una esposa “que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5.27).




Preguntas

1. ¿Qué es la iglesia?
2. ¿Quién es el fundador de la iglesia?
3. ¿Por qué hablamos de Cristo como la cabeza de la iglesia?
4. ¿Por qué Cristo estableció la iglesia?
5. ¿Cuál de los dos Testamentos es la ley absoluta para la iglesia?
6. Mencione algunas de las responsabilidades de los líderes de la iglesia.
7. ¿Qué responsabilidades tienen los hermanos de la iglesia para con sus líderes?
8. ¿Qué autoridad posee la iglesia y quién se la dio?
9. ¿Cuál debe ser nuestra actitud en cuanto a las normas de la iglesia?
10. ¿Por qué la iglesia debe mantenerse pura?




B. La adoración

1. ¿Qué es la adoración?

Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Juan 4.24).

La adoración es una actitud en lo profundo de nuestro ser —una actitud de reverencia, sumo respeto, profundo amor y santo temor que nos hace rendir culto a Dios. La verdadera adoración tiene que ser “en espíritu y en verdad”. Tal adoración puede realizarse solamente con la ayuda del Espíritu Santo. Si él no vive en nuestro corazón, de ninguna manera podemos adorar a Dios como a él le agrada. Cuando adoramos, nos impresionamos de la gloria, la majestad, la grandeza y la bondad del mismo Dios. (Véase 2 Crónicas 7.3.) Existen varias actividades que son expresiones de la adoración: cantar, orar, predicar, leer la Biblia y meditar en ella. Pero en sí mismas éstas no son adoración, porque la adoración no consiste en actividades, sino en actitudes; no en lo material, sino en lo espiritual.

Dios, la santa trinidad, es digno de nuestra adoración. ¡Cuánto le agrada la adoración de aquellos que tienen un corazón perfecto delante de él! Pero, ¡cuánto aborrece la idolatría! La adoración de los ídolos está absolutamente prohibida en la palabra de Dios. (Véase Éxodo 20.3–4; 1 Juan 5.21.) Esto incluye no sólo inclinarse ante alguna imagen, sino también dar a cualquier cosa un lugar en nuestra vida que nos hace poner a Dios a un lado. Dar a cualquier cosa, ya sea la ganancia, el placer, la fama, el egoísmo, la sensualidad, los deportes o alguna persona muy querida, el primer lugar en nuestra vida es idolatría. (Véase Colosenses 3.5.) “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4.10).




2. ¿Dónde adoramos?

Le dijo la mujer: (…) Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (Juan 4.19–21).

Podemos dirigir nuestros pensamientos hacia Dios y adorarlo en cualquier lugar: en el campo, en el bosque o dondequiera que nos encontremos. También debemos tener nuestro culto privado cada día en el hogar. Pero los mismos no deben ocupar el lugar de la adoración en los cultos cuando los hermanos se reúnen. Aquí es cuando podemos adorar a Dios en una manera especial. (Véase Hebreos 10.24–25.) Esta adoración en unión con otros hermanos nos anima y nos edifica; pero aunque es esencial, tampoco ocupa el lugar del culto privado.




3. ¿Cómo adoramos?

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren (Juan 4.23).

Debemos comprender que por medio de nosotros mismos no podemos conocer a Dios. Pidámosle que se nos manifieste por medio de su Espíritu Santo y que nos conduzca a alabarlo, honrarlo y glorificarlo de la forma que él desea. La adoración “en espíritu” es: la que es guiada por el Espíritu de Dios; la que nace en nuestro espíritu; la que no depende de ninguna cosa material para estimular a la adoración verdadera. Los edificios bellos, la música instrumental y cosas semejantes pueden mover nuestras emociones, pero no pueden tocar nuestro espíritu. Lo cierto es que estas cosas desvían nuestra atención hacia Dios e impiden nuestra adoración robándole a Dios la adoración que le debemos “en espíritu”.




4. ¿Cuándo adoramos?

Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta (Apocalipsis 1.10).

De la misma manera que podemos adorar a Dios en cualquier lugar así también podemos adorarle en cualquier tiempo. Sin embargo, es sabio que cada cristiano tenga una hora fija de culto privado cada día. El mismo no puede sobrevivir espiritualmente sin este encuentro diario con Dios. Además, Dios también ha señalado un día especial para la adoración: el día del Señor, el primer día de la semana. (Véase 1 Corintios 16.1–2.) En ese día no debemos dejar que nada nos estorbe la adoración y la asistencia a los cultos en la casa del Señor, excepto a causa de una enfermedad. Recordemos que ese día pertenece a Dios; es el día del Señor. No es un día de negocios ni de placeres carnales. Usarlo para estas cosas le roba a Dios el culto que le debemos. En este punto nosotros también debemos seguir el ejemplo de los apóstoles. (Véase Hechos 20.7.)




5. ¿Por qué adoramos?

Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor (Salmo 95.6). Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás (Mateo 4.10).

Adoramos porque Dios nos hizo con una naturaleza que anhela adorar. Adoramos a Dios porque sabemos que eso le agrada y le glorifica. La adoración hace algo también por nosotros: nos satisface el espíritu y nos llena de gozo profundo; nos fortalece y nos prepara para hacer frente a la vida. La adoración en la iglesia no sólo une nuestro espíritu en comunión con Dios, sino nos une también en comunión con los hermanos. ¡Qué grandes bendiciones nos trae la adoración! En verdad, es el secreto del poder espiritual.




Preguntas

1. ¿Qué es la adoración?
2. ¿A quién debemos adorar?
3. ¿Qué es la idolatría?
4. ¿Dónde debemos adorar a Dios?
5. ¿Cuándo debemos adorar a Dios?
6. ¿Cómo debemos guardar el día del Señor?
7. ¿Por qué adoramos a Dios?
8. ¿Qué ánimo recibimos cuando adoramos a Dios?




C. La Biblia

1. ¿Qué es la Biblia?

Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 Pedro 1.23). Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia (2 Timoteo 3.16).

Creemos que la Biblia es la palabra de Dios, la revelación de Dios a los hombres. La misma fue inspirada por Dios por medio de su Espíritu Santo. (Véase 2 Pedro 1.21.) En ella Dios ha dado a conocer su voluntad y sus leyes para nosotros. Creemos que los escritos originales fueron infalibles y perfectos, ya que Dios dio el mensaje a los escritores y los guió a escribirlo sin ningún error. También creemos que existen traducciones fieles y dignas de confianza. Debemos grabar en nuestra mente, una vez y para siempre, que la Biblia es un libro diferente de cualquier otro —diferente porque es el único que fue escrito por inspiración divina.




Pudiéramos destacar varias evidencias que demuestran que la Biblia es realmente inspirada por Dios. Una de estas evidencias es su unidad. Aunque los 66 libros de la Biblia fueron escritos por unos 36 escritores a través de 16 siglos, todos ellos concuerdan perfectamente. ¡Qué maravilla! Esto se debe a que los mismos tienen un solo Autor.

El mensaje de la Biblia es universal. Cambia el corazón de los pecadores que se arrepienten en todo el mundo. Aunque la Biblia es muy antigua (el primer libro fue escrito hace como 35 siglos, el último hace como 19 siglos), su mensaje todavía satisface las necesidades del corazón humano en la actualidad. Además, su preservación a través de todos los siglos, cuando tantos procuraron destruirla, es un milagro y confirma que es un libro extraordinario. ¿Y quién puede negar que muchas profecías de la Biblia se cumplieran muchos años después que fueron hechas? Se ha dicho que hay 330 detalles profetizados acerca de la vida de Cristo y todos se han cumplido exactamente. ¿Acaso puede un hombre hacer tal cosa?




2. ¿Cómo debemos acercarnos a la Biblia?

Y que desde la niñez has sabido las sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús (2 Timoteo 3.15). Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos (Santiago 1.22).

Nos acercamos a la Biblia con profunda reverencia porque reconocemos que la misma es las sagradas escrituras. ¡Dios nos está hablando! ¡Cuánto debiéramos atender a su mensaje! Jesús dijo: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.63).

También debemos darnos cuenta de que no podemos entender la Biblia por razonamientos humanos. Dependemos del Espíritu Santo para guiarnos, tal como Jesús dijo: “El Espíritu de verdad (…) os guiará a toda la verdad” (Juan 16.13).

En balde abrimos la Biblia si no deseamos obedecerla. ¡Qué bueno sería que tuviéramos el anhelo del salmista para guardar la palabra del Señor! (Véase Salmo 119.4–5.) En todo nuestro estudio de la palabra debemos recibirla con mansedumbre. (Véase Santiago 1.21.) Esto quiere decir que la recibimos para nosotros mismos y para poner por obra lo que nos dice.




3. ¿Cómo debemos estudiar la Biblia?

Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Timoteo 4.13). ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación (Salmo 119.97).

Si amamos la palabra de Dios entonces no nos será difícil tener tanto un culto privado como familiar cada día para estudiar la misma. En su estudio privado, usted puede comenzar con el evangelio de Juan. Después, lea los otros evangelios y el libro de Hechos para continuar con el resto del Nuevo Testamento. Al haberse familiarizado con su mensaje entonces usted deseará leer también el Antiguo Testamento. Lea la Biblia diariamente, porque nada puede ocupar el lugar de este alimento espiritual.

Otra parte de nuestro estudio es el aprendizaje de memoria. Guardar los dichos del Señor en nuestro corazón nos guarda del pecado. (Véase Salmo 119.11.) ¿Acaso existe alguna manera mejor para hacer eso que aprender muchos versículos o pasajes enteros de memoria? Hágalo regular­mente; usted puede.




A los de Berea Dios los llamó “nobles” porque escudriñaron las escrituras. He aquí algunos métodos de estudio de la Biblia que usted puede emplear:

Analizar un pasaje o un capítulo; por ejemplo, Juan 4.5–42. Conteste las preguntas: ¿Quién? ¿qué? ¿cuándo? ¿dónde? ¿cómo? y ¿por qué? Escriba las respuestas, los puntos principales que usted ve y las aplicaciones a su vida.

Estudiar un libro de la Biblia. Comience leyendo el mismo varias veces. Haga un bosquejo del libro para entender su idea general. Investigue cuál fue el propósito del escritor. Analice sus diferentes partes.

Entender un tema; por ejemplo, el bautismo. Busque todos los pasajes del Nuevo Testamento que se refieren al bautismo. Organícelos en varios puntos. Procure entender lo que toda la Biblia expone acerca de este tema.

Investigar una palabra ya sea en un solo libro o en toda la Biblia; por ejemplo, las palabras gozo y gozar en el libro de Filipenses. Busque todas las veces que aparecen las mismas y procure entender qué nos enseña cada pasaje acerca del significado de esas palabras.




4. ¿Qué resultados debemos esperar de nuestro estudio bíblico?

¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra (Salmo 119.9). Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación (1 Pedro 2.2).

La palabra de Dios es como un filtro; al pasar nuestros pensa­mientos por ella, los limpia de todo lo impuro. (Véase Juan 15.3.) De la Biblia se ha dicho: “Este libro le guardará del pecado; o el pecado le guardará de este libro”. Difícilmente nos derribarán las tentaciones si estamos bien arraigados en la palabra de Dios. Su palabra nos guía en el camino de la justicia.

El estudio diario de la Biblia nos ayuda grandemente a crecer y a desarrollarnos espiritualmente. Si usted desea crecer, invierta su tiempo en el estudio de la Biblia. No seamos inexpertos en la palabra, como aquellos de quienes se habla en Hebreos 5.12–14. La palabra es como leche para los niños espirituales; pero contiene carne para los maduros. No se alimente sólo de leche. Usted crecerá para ser un cristiano fuerte y robusto si se alimenta de las verdades profundas y ocultas que se encuentran en la Biblia.




Preguntas

1. ¿Qué es la Biblia para usted?
2. ¿Cuáles son algunas de las evidencias que demuestran la inspiración divina de la Biblia?
3. ¿Cómo debemos responder a lo que aprendemos de la Biblia?
4. ¿Lee usted la palabra de Dios cada día?
5. Defina un método de estudio que usted desee emplear.
6. ¿Cuáles son algunas de las cosas que la Biblia hace por nosotros?




D. La oración

1. La necesidad de orar

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar (Lucas 18.1). Orad sin cesar (1 Tesalonicenses 5.17).

Oramos cuando hablamos con nuestro Padre celestial. Jesús oró muchas veces, hablando con su Padre. Él nos enseñó a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos…” Dios no sólo desea que sus hijos oren; sabe que lo necesitamos. La oración es como nuestra respiración espiritual. Sin ella, no podemos vivir. La oración y el estudio de la Biblia nunca pueden separarse; ambos son esenciales a la vida cristiana.




2. Las ocasiones para orar

Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mateo 6.6). Y habiendo considerado esto, llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando (Hechos 12.12).

Debemos orar tanto a solas con Dios como con otros hermanos, pero nunca debemos orar sólo para que otros nos oigan. No descuidemos la oración privada. Todos los grandes hombres de Dios han pasado mucho tiempo en la oración. En la Biblia vemos ejemplos de los que pasaron mucho tiempo en la oración: Jesús (Lucas 6.12); Daniel (Daniel 6.10); y Pablo (2 Timoteo 1.3). Debemos acostumbrarnos a orar, dando gracias a Dios, antes de comer. (Véase Mateo 14.19; Hechos 27.35.) Al amanecer debemos comenzar el día con la oración, y al anochecer debemos terminarlo con la oración. Realmente debemos estar alzando nuestro espíritu a Dios en oración a través de todo el día. (Véase Salmo 55.16–17.)




3. Los tipos de oración

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias (Filipenses 4.6).

Aunque en las escrituras se nos manda a que pidamos a Dios (Mateo 7.7) eso no quiere decir que orar es simplemente pedir favores para nosotros mismos. Una parte muy importante de la oración es rendirle a Dios acciones de gracias y alabanzas. (Véase Hebreos 13.15.) En nuestras oraciones no debemos darle importancia solamente a nuestras necesidades personales, sino que también debemos pensar en la gloria, la bondad y los favores de Dios. Debemos aprender a adorar al Señor por medio de nuestras oraciones. Y por último, no debemos olvidarnos de interceder por otros en nuestras oraciones. (Véase 1 Timoteo 2.1–2.)




4. Las peticiones de la oración

Y todo lo que pidiereis en oración creyendo, lo recibiréis (Mateo 21.22).

Debemos pedir a Dios por todas las cosas. No importa cuán pequeña sea la necesidad o cuán grande sea la misma, todo lo podemos llevar a Dios en oración. A continuación ofrecemos una lista de algunas cosas por las cuales la Biblia nos enseña orar. La Biblia nos enseña a orar por:

-todos los hombres, especialmente los gobernantes (1 Timoteo 2.1–4)
-los incrédulos (Romanos 10.1)
-los unos por los otros (Santiago 5.16; Efesios 6.18–19)
-los pastores, maestros y obreros cristianos (2 Tesalonicenses 3.1–2)
-los enemigos (Mateo 5.44)
-nosotros mismos (2 Corintios 12.7–8)
-sabiduría (Santiago 1.5)
-purificación (Salmo 51.7)
-er guardados de la tentación (Mateo 6.13; Lucas 22.40)




5. Las condiciones de la oración contestada

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho (Juan 15.7).

Como vimos en Mateo 21.22, Dios ha prometido contestar nuestras oraciones. Entonces, ¿por qué no son contestadas todas las oraciones? Quizá Dios las conteste de una manera que no hemos pensado o tal vez contestará las mismas una vez que haya sido puesta a prueba nuestra paciencia. Sin embargo, puede ser no las contesta porque no hemos cumplido con todas las condiciones. He aquí algunas condiciones para que Dios conteste nuestras oraciones: pidamos con fe (Marcos 11.24), de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Juan 5.14), en el nombre de Jesús (Juan 14.13–14) y con perseverancia (Lucas 18.1). Además, otras condiciones también pueden ser: que no tengamos en nuestra vida ningún pecado (Isaías 59.2; Salmo 66.18), ni egoísmo (Santiago 4.3), ni un espíritu rencoroso (Marcos 11.25–26) y finalmente, que sigamos unidos a Jesucristo a fin de que su palabra more en nosotros (Juan 15.7). Si cumplimos todas las condiciones de la palabra de Dios, ciertamente nuestras oraciones serán contestadas, porque Dios lo ha prometido y él no puede mentir. Por tanto, si usted ve que alguna oración suya no es contestada, asegúrese de que ha cumplido todas las condiciones y siga orando.




6. La oración y el ayuno

Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mateo 6.17–18).

Jesús tiene la certeza de que sus discípulos ayunarán. Él dijo: “Cuando ayunes…” y luego da instrucciones de cómo ayunar. El ayuno, acompañado de la oración, tiene mucho valor para disciplinar al cuerpo y afligir el alma. (Véase Salmo 35.13; 69.10.) Ambas cosas nos preparan para ser más sensibles a la voz de Dios de manera que discernamos su voluntad. Tanto la oración como el ayuno traen grandes bendiciones que cada cristiano deseará experimentar.




Preguntas

1. ¿Qué es la oración?
2. ¿Por qué debemos orar?
3. ¿Cuándo debemos orar?
4. Cuando oramos, ¿qué más debemos hacer además de pedir a Dios por nosotros mismos?
5. ¿Por cuáles personas y cosas ora usted?
6. Nombre algunas condiciones que debemos cumplir para que nuestras oraciones sean contestadas.
7. ¿Cómo sabemos que Dios escucha nuestras oraciones y las contesta?
8. ¿Qué relación tiene el ayuno con la oración?




E. El Espíritu Santo

1. Su venida

Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros (Juan 14.16–17).

En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo vino sólo sobre ciertas personas para obras especiales. Pero antes que Jesús volviera a su Padre prometió que mandaría al Espíritu Santo para morar en sus seguidores. Esta promesa se cumplió en el día de pentecostés. (Véase Hechos 2.4, 16–17.) Desde aquel día, el Espíritu de Dios mora en el corazón de cada creyente de modo que el apóstol Pablo pudo decir: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9).




2. Su personalidad

Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí (Juan 15.26).

En este versículo, notamos que se habla del Espíritu Santo como de una persona. Este hecho se confirma a través de toda la Biblia. Nunca se habla de él como de una cosa muerta, una mera influencia o un poder. Él es una persona, tal como lo es Jesús.

La Biblia atribuye al Espíritu Santo actos personales. Veamos los siguientes ejemplos: él da testimonio (Juan 15.26), él nos guía y habla (Juan 16.13) y él nos enseña (Juan 14.26). Estas son algunas cosas que sólo las hace una persona.

Además, al Espíritu Santo podemos tratarlo como a una persona. Podemos contristarlo (Efesios 4.30), podemos mentirle (Hechos 5.3) y podemos resistirlo (Hechos 7.51). ¿Quién puede decir que el Espíritu Santo no es una persona?




3. Su divinidad

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Corintios 3.16).

La Biblia enseña claramente que el Espíritu Santo es Dios, pues Dios es Espíritu. (Véase Juan 4.24.) La Biblia siempre se refiere al Espíritu Santo como a Dios; por ejemplo, en Hechos 5.3–4. Él tiene los mismos atributos o características que tiene el Padre o Jesucristo: por ejemplo, es eterno (Hebreos 9.14), santo (Efesios 4.30), omnipresente (Salmo 139.7–10) y omnisciente (1 Corintios 2.10–11). ¿Acaso se puede decir estas cosas de cualquier otra persona?




4. Su obra en el incrédulo

Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado (Juan 16.8–11).

El Espíritu Santo hace fielmente su obra de convencer al pecador de su condición pecaminosa, de la justicia de Dios y del juicio venidero. Y cuando el pecador se arrepiente, nace del Espíritu Santo por medio de la fe. (Véase Juan 3.5.) El Espíritu Santo viene sobre el pecador arrepentido para convertirlo y transformarlo en un santo de Dios. (Véase Tito 3.5.) Esta venida inicial sobre el nuevo converso se llama el bautismo del Espíritu Santo. Por medio de este bautismo es que la persona se convierte en un cristiano y miembro del cuerpo de Cristo. (Véase 1 Corintios 12.13.)




5. Su obra en el creyente

Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Romanos 8.9).

Ya hemos visto que el Espíritu Santo mora en cada creyente. Dependemos de él para nuestra vida y nuestro poder espiritual. Él testifica en nuestro corazón al asegurarnos que somos hijos de Dios. (Véase Romanos 8.14–17.) También nos consuela en nuestras pruebas y tristezas. (Véase Juan 14.16–18.). Además, él nos enseña las verdades espirituales. (Véase Juan 14.26.) Mientras más nos sometemos a él mucho más nos llena, nos da valor para hablar de Cristo y poder para servir a Dios. (Véase Hechos 4.31.) Por medio de la iglesia, el Espíritu Santo llama a algunos hermanos y los capacita para obras especiales, tal como llamó a Bernabé y a Saulo. (Véase Hechos 13.2.) En todo lo que hace, él siempre glorifica a Cristo y no a ningún hombre, ni aun a sí mismo. (Véase Juan 16.14.)




6. Su manifestación en el creyente

Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (…) Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5.16–17, 22–23).

No necesitamos dones o experiencias espectaculares para mostrar que tenemos el Espíritu de Dios en nuestra vida. Pero cada cristiano manifestará su presencia al no andar conforme a la carne, sino conforme a la voluntad de Dios. También veremos en todo creyente las virtudes cristianas que llamamos el fruto del Espíritu Santo. Con estas evidencias no necesitamos otra. Sin las mismas, cualquier otra supuesta manifestación de su presencia no es sino un engaño. Es cierto que el Espíritu Santo da dones a los cristianos, pero él los da conforme a la santa voluntad suya (1 Corintios 12.11) y para la edificación de la iglesia. El Espíritu Santo no da sus dones para la gloria de ningún hombre. (Véase 1 Corintios 14.12.) Además, él no da todos los dones a todas las personas ni tampoco un don espectacular a todas. (Véase 1 Corintios 12.28–31.)

Rindámonos al Espíritu Santo para que él nos utilice como él quiera para la gloria de nuestro Señor.

Preguntas

1. ¿En qué manera cambió la obra del Espíritu Santo del Antiguo Testamento a su obra en la actualidad?
2. ¿Cómo sabemos que el Espíritu Santo es una persona?
3. ¿Cómo sabemos que él es Dios?
4. ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo en los pecadores?
5. ¿Cómo él obra en los creyentes?
6. ¿Cuándo recibimos el bautismo del Espíritu Santo?
7. ¿De qué manera se manifiesta el Espíritu Santo en los cristianos verdaderos?




F. Satanás y sus obras

1. Nuestro enemigo

El enemigo que la sembró es el diablo (Mateo 13.39). Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar (1 Pedro 5.8).

Tenemos un enemigo cuyo trabajo es condenar y tratar de destruir nuestras almas eternamente. Él es un espíritu astuto y peligroso, mucho más que un león porque destruye no sólo el cuerpo sino también el alma. Dios lo creó, no como un espíritu malvado, sino como un ángel de luz. Pero cuando se rebeló y quiso exaltarse y hacerse como el Altísimo, Dios lo echó del cielo. (Véase Isaías 14.12–15.) Desde entonces él está enfurecido contra Dios y obra día y noche para destruir todo lo que es de Dios y todo lo bueno. Así ha sido desde el principio cuando engañó a Adán y a Eva. En la actualidad el diablo continúa obrando de la misma manera. Satanás procura contaminar a todos los hombres y hacer que se rebelen contra Dios.




2. El tentador

Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan (Mateo 4.3).

El diablo tentó al propio Jesús; ¿cómo no nos tentará a nosotros? Él constantemente procura seducirnos a pecar y a desobedecer la palabra de Dios. No es pecado ser tentado (todos lo somos); pero sí pecamos si cedemos a la tentación, dándole cabida en nuestra mente y vida. (Véase Santiago 1.14–15.) Satanás nos quiere hacer dudar de lo que Dios ha dicho y hacernos pensar que de alguna manera escaparemos del justo juicio divino. Nunca debemos creerle. Satanás es un engañador. No seamos ignorantes de sus maquinaciones. Aun si viniera a nosotros como ángel de luz (2 Corintios 11.14), seamos vigilantes para no caer en su trampa (Marcos 14.38).




3. El poder tras el ocultismo

Y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios (1 Corintios 10.20).

Las prácticas y los poderes de los hechiceros, los espiritistas y los adivinos provienen de los demonios, o sea, del diablo y de los ángeles caídos que lo ayudan. Ningún cristiano debe involucrarse en ninguna de estas cosas, sino alejarse de ellas lo más posible. Si alguna vez estuvimos relacionados con el ocultismo entonces es necesario que nos apartemos de todo ello inmediatamente, conforme al ejemplo que aparece en Hechos 19.19.

En el Antiguo Testamento, Dios mandó que su pueblo se apartara de estas cosas. (Véase Deuteronomio 18.9–14.) En el Nuevo Testamento, Dios las clasifica entre las obras de la carne (Gálatas 5.19–21) y declara cuál será el castigo eterno de los hechiceros (Apocalipsis 21.8).




4. Cómo vencer a Satanás

Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo (1 Juan 4.4). Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apocalipsis 12.11).

Sea por cualquier pecado, o sea por el ocultismo, el diablo esclaviza a la gente y los aprisiona en temor. (Véase Romanos 6.16; Juan 8.34.) Pero, ¡gracias a Dios!, podemos vencer al diablo y no tenemos que temerle. Debemos resistir al diablo para que huya de nosotros por medio del Espíritu Santo que está en nosotros y la sangre de Jesús. (Véase Santiago 4.7.)

Para que podamos vencer al diablo es preciso que reconozcamos e identifiquemos su obra. A él le gusta trabajar a escondidas. Él quiere hacernos pensar que cierta idea errónea es nuestra o que el poder tras toda manifestación milagrosa es de parte de Dios. Por medio de la palabra de Dios debemos juzgar todas las cosas (1 Corintios 2.15), y por medio de la fe podemos vencer a Satanás (1 Juan 5.4). Ya que la fe viene por oír la palabra (Romanos 10.17) es preciso que tengamos cada día un contacto íntimo con Dios por medio de la oración y el estudio de la Biblia. Dios ha prometido socorrernos. De lo contrario, Satanás muy pronto nos derribaría.




Preguntas

1. ¿Quién es nuestro enemigo?
2. ¿Cuál es su obra?
3. ¿Qué es una tentación?
4. ¿En qué momento la tentación se convierte en pecado?
5. Mencione algunos elementos del ocultismo.
6. ¿Qué debe hacer el cristiano cuando se enfrenta al poder del diablo en el ocultismo?
7. ¿Cómo podemos vencer al diablo?




G. El servicio cristiano

1. El llamamiento al servicio

Sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres (Efesios 6.7).

Dios llama a todos aquellos que salva para que le sirvan. Cuando nosotros le decimos a Dios, “Señor”, ¿acaso esto no implica que somos sus siervos? Al convertirse el apóstol Pablo, dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” De igual manera, todas las personas que se entregan al Señor en consagración completa desean servirle. Existen varias citas bíblicas que nos enseñan que somos salvos para servir. (Véase Deuteronomio 10.12; Mateo 4.19; Hebreos 12.28.)




2. La necesidad de servir

Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera (1 Timoteo 4.7–8).

Sabemos que un niño no puede crecer y desarrollarse corporal ni mentalmente si no hace ejercicios. Estos ejercicios aprovechan para poco (en cierto sentido, para la duración de la vida), pero los ejercicios de la piedad, los ejercicios espirituales, aprovechan para la eternidad. ¿Cómo, pues, nos ejercitamos espiritualmente? Al servir al Señor. Esto nos ayuda a desarrollarnos normalmente en la vida cristiana. Además, Cristo usa nuestros esfuerzos para llevar a cabo su obra. Las manos del Señor para su obra en la tierra son las nuestras. Él se ha ido al cielo y nos ha encomendado su obra a nosotros. Con su ayuda, ¡sirvámosle!




3. Las formas de servir

Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos (Marcos 10.43–44).

Si deseamos servir al Señor entonces hallaremos muchas maneras de hacerlo. Servimos al Señor al alabarlo y al adorarlo. Además, otras formas de servir al Señor son cuando evangelizamos, nos exhortamos los unos a los otros y soportamos las pruebas y las persecuciones con paciencia. (Véase Hechos 20.18–21.) No sólo obrar en la mies, sino también orar por los obreros de la mies es servir al Señor. (Véase Mateo 9.37–38.) El Señor acepta todas estas maneras de servir si las hacemos de buena voluntad.

También la Biblia enseña que servirnos los unos a los otros es lo mismo que hacer algo para el mismo Señor. (Véase Mateo 25.34–40.) Ese servicio puede ser una cosa tan sencilla como regalar un vaso de agua fría. (Véase Mateo 10.42.) La Biblia nos amonesta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6.2). El Señor reconoce como un servicio a él cuando somos bondadosos y dadivosos. (Véase 1 Timoteo 6.18.)

La iglesia abre muchas puertas de servicio al cristiano. Por ejemplo, la misma llama a los miembros fieles a ser maestros de la escuela dominical, de una escuela bíblica o de la escuela cristiana. Además, los hermanos tienen la oportunidad de compartir un tema en la iglesia algún domingo o miércoles por la noche durante las horas del servicio dentro de la capilla. En fin, todos pueden ayudar en la obra de la distribución de la literatura cristiana a los incrédulos y en otras actividades de la evangelización. El Señor desea que todos seamos una luz y que demos un buen testimonio ante el mundo. Esto también es una manera de servir y agradar al Señor.




4. Las recompensas del servicio

Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas (Salmo 126.5–6).

A veces servir al Señor nos cuesta mucho, pero si le amamos nos olvidamos fácilmente de los sacrificios que hacemos para servirle. Y sin dudas el servicio fiel trae gran galardón a Dios. Hacer la voluntad de Dios nos sacia y nos satisface; nos llena de gozo y contentamiento. Pero aun esas recompensas no son nada comparadas con la recompensa de la eternidad. (Véase Mateo 25.21, 34.) ¡Usted no la deseará perder! No obstante, recordemos que no merecemos ningún galardón. Cuando hemos servido fielmente al Señor, no hemos hecho nada más que nuestro deber. (Véase Lucas 17.7–10.)




5. Nuestro ejemplo de servicio

Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20.28).

Cristo, siendo Dios, se hizo siervo. (Véase Filipenses 2.7.) Él dedicó toda su vida al servicio de la humanidad al hacerle bien a todos. El Señor incluso se inclinó para lavar los pies de sus discípulos y de esa manera les enseñó que ellos también debían servirse los unos a los otros de igual forma. (Véase Juan 13.14–16.) Su amor le hizo sacrificarse por nosotros en la cruz. ¿Acaso habrá sacrificio mayor que éste? Es por ello que debemos desear que el Señor nos dé corazones de siervos.

Preguntas

1. ¿Quién debe servir al Señor?
2. ¿Por qué es necesario que cada cristiano sirva al Señor?
3. Mencione algunas maneras en que usted desea servir a Dios.
4. ¿Cómo el Señor recompensa al siervo fiel?
5. ¿Cómo Cristo llegó a ser nuestro siervo ejemplar?




H. Otros puntos prácticos de la vida cristiana

1. La honradez

Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros (Efesios 4.25). Abominación son a Jehová las pesas falsas, y la balanza falsa no es buena (Proverbios 20.23).

Todo cristiano debe practicar la honradez absoluta en toda su vida. No hacerlo es deshonrar el nombre del Señor y recibir como pago su ira. (Véase Apocalipsis 21.8.) La honradez incluye hablar siempre sólo la verdad. La mentira nunca halla lugar en la vida del cristiano como tampoco el engaño en sus negocios.

Decir siempre la verdad evita la necesidad de usar juramentos para confirmar lo que decimos. El que miente también mentirá aun bajo juramento. Los que decimos la verdad nunca necesitamos el juramento para que la gente confíe en nosotros. Además, no juramos porque el Nuevo Testamento lo prohíbe estrictamente. (Véase Santiago 5.12; Mateo 5.33–37.) En los tiempos del Antiguo Testamento era permitido usar el juramento judicial y legal, pero ahora Jesús ni siquiera permite eso. Afirmar que deseamos decir la verdad concuerda con la enseñanza de Jesús y generalmente satisface las leyes terrenales.

Dios siempre ha prohibido que su pueblo jure en vano o que invoque su nombre en una manera irreverente y frívola. (Véase Éxodo 20.7.) El hecho de que semejante práctica sea un pecado muy común entre los mundanos no hace que el Señor lo pase por alto. Si en realidad tememos al Señor entonces nunca hablaremos de él en una manera irreverente.




2. El trabajo material del cristiano

Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma (2 Tesalonicenses 3.10).

La Biblia nos enseña que cada uno debe comprometerse a buscar y a ganar lo necesario para vivir. (Véase 1 Tesalonicenses 4.11–12.) En el seno familiar es el esposo el que tiene la responsabilidad de proveer para los de su casa. (Véase 1 Timoteo 5.8.) A las esposas se les manda que sean “cuidadosas de su casa” (Tito 2.5). Esto quiere decir que ellas deben quedar en el hogar para hacer los oficios de la casa y cuidar de sus hijos. Es necesario también que los hijos aprendan a ayudar con los trabajos del hogar conforme a su edad y capacidad. Todos deben aprender, especialmente los jóvenes, que la Biblia nos enseña a trabajar para suplir nuestras necesidades, a ser buenos mayordomos de las bendiciones de Dios, a ahorrar, y también la misma condena severamente la ociosidad y la dependencia de otros.

No obstante, nosotros debemos recordar que aunque tengamos grandes obligaciones materiales siempre debemos buscar primeramente las cosas del reino del Señor. (Véase Mateo 6.33.) Es por eso que también debemos buscar la voluntad de Dios en cuanto a nuestro trabajo material. No debemos despreciar ningún trabajo honrado, aunque sea muy humilde. Existen ciertas interrogantes que nos ayudan a escoger un trabajo que sea conveniente para el cristiano: ¿Acaso el mismo nos obliga a trabajar en el día del Señor? ¿Es realmente un trabajo que tiene mucha utilidad para la sociedad o el mismo conlleva a la destrucción de la vida y la obra de Dios en la tierra? ¿Acaso ese trabajo nos liga en yugo desigual con los mundanos e incrédulos? ¿Es un trabajo que constantemente nos mete en tentación y estorba el desarrollo de nuestra vida cristiana en la familia o en la iglesia? Por eso es bueno que sigamos esta regla al escoger nuestro trabajo: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10.31).




3. Las pruebas y las persecuciones

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5.10).

Nosotros no debemos pensar que la vida cristiana es sólo color de rosas —una vida fácil y llena de comodidades. Aun las rosas tan bellas y con su tierna fragancia tienen espinas. De igual forma la vida cristiana tiene pruebas y persecuciones.

En los tiempos antiguos y a través de toda la historia de la iglesia los cristianos fueron encarcelados, golpeados, exilados y hasta martirizados por causa de su fe. Tal vez algunos de nosotros no enfrentamos estas mismas cosas, pero muy a menudo las persecuciones nos vienen en otras formas; por ejemplo, nuestra familia y nuestros amigos pueden burlarse de nosotros por causa de Cristo, podemos perder nuestro trabajo porque el patrón despide a los que rehúsan trabajar en el día del Señor, etc. Cualquiera que sea la persecución que enfrentemos, estas cosas no deben desalentarnos. Más bien, nosotros debiéramos regocijarnos que hemos sido escogidos para sufrir por causa del Señor. (Véase Mateo 5.11–12; Hechos 5.41.) Además, nuestro propio Maestro y Señor fue perseguido hasta la muerte. ¿Acaso somos mejores que él? (Véase Juan 15.20.) “También todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3.12).




4. La guía divina

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad (Juan 16.13).

Dios ha prometido guiar nuestra vida en todo momento. Pero para que él nos guíe es necesario que nosotros nos rindamos y nos sometamos completamente a la voluntad de Dios. Esto quiere decir que no sólo debemos tener el deseo de saber la voluntad de Dios, sino mucho más el deseo de hacerla. A continuación presentamos algunos puntos prácticos con relación a saber cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas:

a. La palabra de Dios. La Biblia es como lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino. (Véase Salmo 119.105.) Por medio de la Biblia Dios nos da fundamentos que son aplicables a cada circunstancia de la vida. ¿Qué dice la palabra acerca de cualquier punto que tratamos en cuanto a la vida diaria del cristiano?

b. La oración. Si pedimos sabiduría a Dios entonces él ha prometido dárnosla. (Véase Santiago 1.5–7.) Nosotros debemos darnos cuenta de que somos incapaces de guiar nuestra propia vida y que, por tanto, debemos acudir a Dios para pedirle que él nos ilumine el camino.

c. El Espíritu Santo. La voz del Espíritu Santo en lo profundo de nuestro ser puede confirmar la voluntad de Dios para nosotros. Es por eso que debemos atender a su voz cuando él nos hace dudar acerca de lo correcto y bueno que pueda ser el paso que estamos a punto de dar. Además, es preciso que nosotros aprendamos a tener mucho cuidado de no confundir nuestros propios deseos con la voz del Espíritu Santo.

d. Los consejos de otros hermanos. Dios a menudo nos guía a través de los consejos de otros cristianos fieles. Eso puede incluir a nuestros padres, maestros, pastores o cualquier hermano fiel de la iglesia. ¡Cuántos desastres espirituales se evitarían si todos aceptaran los consejos sanos de la hermandad!

e. La iglesia. La iglesia puede llamarnos a una obra especial. Nosotros podemos tomar esto como la voluntad definitiva de Dios para nuestra vida.




5. La victoria cristiana

Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe (1 Juan 5.4).

De acuerdo con la enseñanza de la Biblia, no existe la necesidad de que suframos por causa del pecado una derrota constante en la vida cristiana. Dios ha provisto el poder para que sus hijos vivan en santidad. Aunque puede ser que caigamos a veces a causa de nuestra debilidad, constituye un engaño del diablo creer que podemos seguir en el pecado y todavía ser cristianos. Es necesario que nosotros aprendamos, con la ayuda de Dios, a vivir en victoria sobre nuestros deseos carnales, sobre el mundo, sobre el pecado y sobre Satanás. Es por eso que a continuación aparecerán algunos puntos que nos ayudarán a tratar de alcanzar esa bendita y victoriosa vida en el Señor:

a. La fe. Nuestra vida debe descansar sobre la fe en Cristo: el Cordero que llevó nuestros pecados (Isaías 53.6); nuestro Salvador (Hebreos 7.25); nuestro Señor y Maestro (Juan 13.13) y nuestro abogado ante el Padre (1 Juan 2.1). Si permitimos que nuestra fe en las promesas de Dios fluctúe entonces no podemos tener la victoria que necesitamos tener.

b. El conocimiento de la Biblia. No tendremos las armas necesarias para alcanzar la victoria a la hora de la tentación a menos que sepamos las enseñanzas y las promesas que Dios nos ha dado en su palabra. Jesús empleó las escrituras como una espada para defenderse cuando Satanás lo tentó. (Véase Mateo 4.1–11.) Aprendamos de su ejemplo.

c. La oración. Sin la oración lo más seguro es que caigamos en pecado. Una parte de nuestra armadura contra el diablo es la oración constante. (Véase Efesios 6.18.) “Velad y orad para que no entréis en tentación” (Mateo 26.41).

d. El poder del Espíritu Santo. Sin la ayuda del Espíritu Santo jamás podremos vivir en victoria. Él nos ayuda a desechar el pecado en nuestras vidas y a vivir conforme a la ley de Dios. (Véase Romanos 8.13; Gálatas 5.16.) Pero nosotros debemos recordar que su poder está disponible solamente para aquellos que ponen toda su vida y todas sus decisiones en las manos de Dios. Sin esta sumisión absoluta y completa el Espíritu Santo no nos puede dar la victoria que debemos tener en la vida cristiana.

Nos es necesario que miremos hacia Cristo de manera que obtengamos la gracia necesaria para vivir en victoria. Él es poderoso para guardarnos sin caída y presentarnos sin mancha delante de su gloria. (Véase Judas 24.)




Preguntas

1. ¿Qué es la honradez?
2. ¿Qué diferencia hay entre el juramento judicial y el juramento profano?
3. ¿Por qué no juramos en ninguna manera?
4. ¿Qué enseña la Biblia acerca de trabajar para suplir las necesidades?
5. ¿Dónde deben trabajar las que están casadas? ¿Por qué?
6. Mencione algunos trabajos que no le convienen al cristiano.
7. ¿Qué debemos hacer cuando enfrentamos pruebas y persecu­ciones?
8. ¿Cómo nos guía Dios?
9. ¿Qué significa la frase “victoria cristiana”?
10. ¿Qué debemos hacer para vivir en victoria?



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Publicado por

David Cox

Soy Pastor y Misionero en DF Mexico.

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